Un enmascarado en la casa

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Babe

Un enmascarado en la casa
Llegué a mi casa cerca de las diez de la noche; luego de haber tenido que hacer unas cuantas horas extras en la oficina para sacar adelante unos trabajos atrasados.

Estaba extenuada y sola; ya que mi adorado maridito había viajado afuera en esos días. Ya era noche cerrada cuando llegué.
A oscuras en el living, me quité los zapatos de taco alto; también mi vestido, quedando solamente cubierta con una diminuta tanga.

Fui a mi habitación, todavía a oscuras. Las luces de las casas vecinas alumbraban lo suficiente. Pero de repente, al entrar, tuve un presentimiento que me intranquilizó…

No estaba sola; podía sentir una presencia allí en la penumbra; alguien me miraba y estaba pendiente de mis pasos. De pronto me encontré casi desnuda y supe que ese intruso disfrutaba también de mi desnudez.

Sentí pánico al oír la puerta cerrarse y entonces corrí a encender el velador en la mesa de luz, al costado de la cama.
Un hombre alto estaba allí cubriendo la puerta. Iba vestido con ropa negra, guantes y pasamontaña…

Dejé escapar un agudo grito de terror; pero reaccioné buscando el teléfono. El hombre se movió más rápido que yo. Se abalanzó sobre mi cuerpo y me tapó la boca con su mano.
Me resistí y entonces caímos al piso. Traté de golpearlo, arañarlo y morderlo; pero él aguantó con firmeza todas mis embestidas y finalmente inmovilizó mis brazos a mis espaldas.
Me volteó boca abajo y sacó una navaja. Cuando sentí el acero frío sobre mi cuello, dejé de debatirme…

Sentí una cierta excitación y me di cuenta que mi tanga estaba humedecida. Iba a odiar que ese intruso también lo notara…
El tipo siseó junto a mi oído:
“Ahora bien calladita, perra; o voy a tener que lastimarte…”

Junté coraje y sin que mi voz temblara, le dile que mi esposo estaba por llegar. El hombre lanzó una sonora carcajada:

“A ese cornudo lo crucé hoy en el aeropuerto, cuando se iba…”

El enmascarado sacó un pañuelo para amordazarme; me imaginé que ya estaría harto de mi gimoteo y no querría escuchar mis súplicas.

“Ahora, perra… voy a darte lo que estás buscando…” Susurró.

Me acostó sobre la cama boca arriba y aseguró mis muñecas al respaldar, amarrándolas con unas cuerdas. Intenté patearlo con mis pies todavía libres, pero él me tomó por los tobillos y comenzó a acariciar mis pantorrillas; subiendo por mis muslos.

Levanté mi cabeza y pude ver la humedad entre los pliegues de mi tanga de algodón, que apenas cubría mi pubis bien depilado…
Pero lo peor de todo, fue descubrir la mirada de ese hombre también fija en esa humedad…

“Caliente y húmeda como una buena perra…” Susurró sonriendo.

Mientras decía eso, el tipo metió su mano dentro de mi tanga y un par de dedos entraron en mi raja dilatada, separando aún más mis labios vaginales. Me provocó un leve sobresalto.

Me miró directo a los ojos mientras atrapaba mi clítoris entre sus dedos. Le devolví la mirada y me mordí los labios para no gemir, mientras sus dedos lubricaban mi inflamado clítoris con mis propios fluidos…
De repente sus dedos tironearon de los cordones de la tanga y fueron bajándolos lentamente; haciendo rozar intencionadamente la suave tela contra mis muslos. Dejó la tanga a la altura de mis rodillas y acercó su nariz a mi pubis.
La hundió entre mis labios externos y aspiró mi aroma.
Un dedo los separó más y sentí su lengua invadiendo mi vagina.

Volví a morderme para no gemir y no darle el gusto a ese tipo de verme gozar con sus caricias. El hijo de puta me estaba obligando a tener sexo con él y a mí eso me estaba calentando de una manera tremenda…

Al sentir su lengua en mi raja, los pezones se me endurecieron como piedras. El tipo lo notó y sus dedos reptaron por mi cuerpo para acariciar esos botones rosados y endurecidos.

Entonces ya no pude aguantar más. Arqueé mi espalda y aullé como una perra, mientras el más intenso de los orgasmos recorría todo mi cuerpo…

El enmascarado sonrió, sin dejar de lamer mi concha.

“Apenas te toqué, nena y ya estás acabando como una perra…”

Sentí un escalofrío, junto con una nueva oleada de placer.

“Te gusta, perrita… te guste que te chupe la concha así…”

Tenía razón ese turro; mi concha cada vez se empapaba más y más, mientras esa lengua insistía cada vez más adentro mío.

Unos segundos después ocurrió algo inevitable: un nuevo orgasmo me recorrió de punta a punta, dejándome muda y temblando…

Cerré los ojos, disfrutando de los últimos estertores de mi orgasmo. Pude entonces oír el sonido de una cremallera abriéndose.

Al abrir los ojos, me encontré frente a una tremenda tranca gruesa y ya endurecida. El glande ya estaba empapado y brillante.

El hombre entonces se puso a horcajadas sobre mi pecho y acercó su verga a mis labios. No necesitó ordenarme que abriera mi boca; lo hice yo sola…

Comencé a comerme su pija despacio, disfrutando cada centímetro, cada pliegue de esa cosa magnífica. El tipo se reclinó hacia atrás y comenzó a suspirar y gemir despacio. Luego estiró sus dedos y volvió a acariciarme el clítoris; provocándome un placer inusitado….

De repente el hombre sacó sus dedos de mi concha y su mano me tomó por la garganta, apretándome como si quisiera estrangularme

“Ahora vas a pedirme que te coja bien duro, putita…” Me amenazó.

El muy turro sabía que eso era lo que yo necesitaba.

Realmente quería eso; que me cogiera bien duro. Me quitó la mordaza de la boca. Y se lo pedí, con voz ronca de pura excitación. Se lo pedí, le rogué; se lo supliqué casi llorando; sin poder apartar mis ojos de esa tranca enorme…

“Te gustaría esperar a tu marido para que te coja…?”

“No, ya no puedo esperar más… la quiero ahora”. Dije llorando.

Al tipo le alcanzó con eso y me tumbó otra vez sobre la cama.
Yo abrí mis piernas al máximo y él se acostó entre ellas.

Mordió mis pezones bien erectos, provocándome algo de dolor,
Me apretó mi culo duro y me acarició el clítoris una vez más…
Entonces me hizo flexionar una pierna y, antes de que pudiera darme cuenta, me penetró de un solo embiste. Mi grito inicial fue más de dolor que de placer; al sentir esa gruesa verga tratando de abrirse paso a través de mi vagina desesperada y necesitada…

Pero la segunda embestida fue magnífica y mi grito entonces fue de puro placer. Me bombeó varias veces hasta que de repente se salió de mi vagina ahora bien dilatada.
Me quejé; pero él acomodó mis tobillos sobre sus anchos hombros y volvió a metérmela hasta el fondo; mucho más profundo aún.

Comencé a gemir, mientras esa gruesa poronga se movía en mis entrañas. El enmascarado parecía aguantar bastante y siguió cogiéndome sin compasión, aumentando su rudeza, mientras me decía toda clase de obscenidades al oído…

Mi tercer y cuarto orgasmos llegaron casi juntos, dejándome casi desmayada de placer. Aullé y grité temblando, hasta que mi cuerpo se relajó y quedé en una actitud pasiva; sintiendo su pija entrar y salir de mi concha, cada vez con más frenesí.

Pero enseguida el intruso acabó también, llenando mi vagina con su semen hirviente.

La sacó y me ordenó que se la limpiara con mi lengua. Mientras le obedecía; él hundió uno de sus gruesos dedos en mi ano.
De pronto noté que esa magnífica verga volvía a erguirse otra vez,

El hombre me volteó boca abajo y me hizo poner en cuatro patas.
Pero en vez de metérmela otra vez por la concha; la punta de esa cosa empezó a intentar colarse dentro de mi ano; que ya había sido bien dilatado por tres de sus dedos…

Traté de relajarme y entonces el grueso glande entró suavemente traspasando mi apretado esfínter. Unos segundos después, me lo metió hasta el fondo; otra vez sin demostrar miramientos.

Mi alarido de dolor no hizo más que excitar al enmascarado, que hizo caso omiso a mis súplicas para que se detuviera. El dolor era casi insoportable; sentía un tremendo ardor en el fondo de mi ano.

“Este culo no era virgen… así que no te quejes, perrita…”

Tras escuchar eso, mi vagina explotó en un nuevo orgasmo; mientras al mismo tiempo, su semen me quemaba las entrañas.

Esta vez ya no quiso más nada. Con la respiración entrecortada, mi atacante nocturno se salió de mi trasero y cayó de espaldas a mi lado. Nos miramos, mientras él se quitaba el pasamontañas.

“Sos una hija de puta cogiendo, Anita. Me encanta cómo tu culo me aprieta la verga… Tu buena amiga no sabe hacer eso…”

Jorge estaba allí, recuperando el aire y acariciándome la cola.
No pude decirle que ese sencillo truco de apretar una verga con los músculos anales me lo había enseñado su mujercita Helena…

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