Terapia Anal

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Terapia Anal
– ¿Mañana vamos y te rompemos el culo -dijo Jessica, la líder del trío de putas, y colgó el teléfono.
Gabriel tenía un problema. Y lo venía arrastrando hacía meses.

– ¿Qué te dijo? -quiso saber María.

– Pelotudeces, como siempre. Que no quiere, que le da verguenza.

– Debe ser el único hombre al que le da verguenza.

– Bueno. Si vamos a que le rompan el orto… -terció Fabiana.

– Pero no le vamos a romper el orto. Bueno, sí, pero…

– No sigas, María. Se lo vamos a romper y bien roto. Resiste la penetración anal más que otra cosa.

– ¿Pero solamente vamos a hacer eso? Digo. A mí me da impresión. Yo…

Jessica se la quedó mirando por un rato. Luego dijo:

– ¿Vos estás segura de lo que estás haciendo?

– No entiendo de que hablás.

– De tu trabajo.

– Sí. Soy una puta.

– Sí. Lo sos. Sos una puta. Pero a la vez sos otra cosa. Liliana fue clara. Este tipo tiene un trauma. Quiere que se lo culeen por el orto pero no lo quiere admitir. Y el tiempo va pasando, ¿viste? Nosotras vamos a liberarlo.

– Aunque llore -dijo Fabiana.

– Exacto. Deberías aprender de Fabiana.

Jessica dejó de fumar y se paró. Se sacó la tierra del culo y se aproximó a la puerta. María y Fabiana dormirían juntas. Más que seguro que iban a coger. Pese a que la idea le hacía ruido. Fabiana era cumplidora, un soldado. Mientras que María…

Jessica se dio la vuelta.

– María, no es la primera vez ésta. Ya otras veces te costó.

– No me va lo violento. Y lo antinatural.

– ¿Antinatural? ¿Te culeás a Fabiana y hablás de antinatural?

– El hombre… el culo…

– Me estás cargando… -dijo Jessica perdiendo un poco la paciencia. Luego la perdió del todo.

– Me estás diciendo que sos homofóbica encima? Primero, fijáte bien lo que hacés. Perdoná, Fabiana. Y después fijáte bien donde estás. Te llego a ver una mueca de asco mañana y… ¿Sabes qué? No vengas mañana. Quedáte acá. No quiero decir más nada.
Jessica salió por la puerta.

Fabiana dejó a María en el piso y fue tras ella. Cuando supo que la otra ya no las escuchaba, agarró a Jessica del hombro y le hizo volverse sobre sí.

– Escucháme. ¿Te volviste loca? Sabés como es.

– No. La verdad, veo que no. No la podemos llevar mañana. Vamos nosotras dos.

– Está bien. ¿Pero podes no decirle a Liliana?

Jessica la miró crispada. Aquello estaba tomando caris de compromiso. No. El trabajo ante todo, la reputación… Cortó el contacto visual.

– Fabiana, mirá. Te respeto. Trabajás bien. Nunca una queja. Sos una profesional. Pero María no. Y lo siento, te pido disculpas por lo que dije ahí adentro. Pero mañana va a estar en juego la dignidad de un tipo. Y sí, tenemos que ser violentas, rudas, violarlo si es necesario. Pero después le va a gustar. Y va a ser mejor. Y ese es nuestro trabajo. No puedo tener a alguien con prejuicios ahí adentro, alguien que lo juzgue. Porque se puede ir todo a la mierda. Y la verdad que me estoy preguntando cuantas veces me voy a tener que preocupar por lo mismo. Ya pasó otras veces. Se quejó. Pero ahora, lo que dijo… O sea. Quiero que me entiendas. Ahora sé, y vos sabés, y yo no me puedo hacer la boluda porque es mi laburo. Y me gusta. Me gusta cogerme gente que no quiere, que no puede porque tiene una tara en la cabeza por vaya a saber qué mierda le dijeron cuando eran chicos que les hizo creer que disfrutar estaba mal. ¿Entendés?

Fabiana miraba el suelo. Entendía la posición de Jessica, aunque para ella sólo era garche y violencia, violencia que disfrutaba. Pero, como Jessica decía, era su placer.

– La amo. No la eches.

Jessica le puso las manos en los hombros.

– Sí. Ya sé. Voy a ver qué hago. Pero mañana no viene. Y eso es firme. Hacécelo entender.
Esa noche, Jessica llegó a una conclusión. El trío debía agrandarse.

2

Llegaron a la mañana temprano. Se pararon frente a la puerta y golpearon.
No contestó nadie.

– ¿Habrá alguien? – preguntó Fabiana.

Pero Jessica ya había escuchado algo. Y puso el oído contra la pared.

– Sí -dijo- le escucho los pasos.

– Sabemos que estás adentro – dijo retirando el oído de la puerta.

Los pasos cesaron, todo cesó.

– Dale, no seas cagón. Nos manda Liliana. Vos sabés que es por tu bien.

Siguió un rato de silencio. Fabiana empezó a mirar hacia la calle. Estaba a punto de hablar cuando se escuchó la cerradura.

La puerta se entreabrió y así quedó. Quien la había abierto se refugió en el interior. Jessica y Fabiana entraron y cerraron tras de sí. Luego se dedicaron a mirar la habitación.

Un sofá dominaba todo, una biblioteca, portales que irían a las dependencias. Una mesa, sillas baratas. Y un tipejo medio pelado, flaco, con anteojos.

Jessica dejó el bolso con las cosas en la silla. Atrajo otra cerca del tipo y se sentó. Fabiana se quedó parada. Empezó
a desvestirse.

Jessica acaparó la atención del hombre. Fue fácil, porque intentaba no mirar a Fabiana.

– Bueno. Vamos a empezar. -dijo Jessica sacando una carpeta del bolso. Y una lapicera.

– Te llamás Alberto.

– Sí.

– Edad 30.

– Sí, 30.

– Treinta años y nunca te rompieron el orto.

– No, nunca.

– Bueno. Te garchaste una sola mina en toda tu vida y fue porque casi te viola. Y eso te dejó traumado.

– Sí. Así fue.

– Que pelotudo. Bueno.

Jessica se puso en pie y se acercó a él. Sus botas resonaron en el suelo. Le extendió la carpeta dada vuelta y la lapicera.

– Firmá ahí abajo. Donde dice Alberto Culo Abierto.

– ¿Tienen permitido ese trato? -preguntó Alberto.

Jessica rió. Miró a Fabiana que ya estaba desnuda apoyada en la mesa.

Alberto miró y apartó la vista inmediatamente.

– ¿Podés creer lo que dice éste pajero?
Fabiana sonrió un poco pero su vista estaba concentrada en él, que no la miraba. Jessica lo advirtió y siguió a la carga, acercándose más. Se abrió la campera, Alberto miraba abajo.

– Tengo permiso para hacerte de todo, Alberto culo abierto. Y eso voy a hacerte hoy. Así que mirános bien. Te vamos a garchar y te vamos a romper el orto. Y ahora me devolvés la carpeta y vas a empezar por chuparme la concha.

Alberto le devolvió la carpeta.

Jessica volvió al bolso, la guardó y volvió a él, poniéndole la concha en la cara, restregándosela. Se desabrochó el cinto, se bajó el cierre y Alberto cobró vida.

Empezó a chupar. Terminó de abrirle el pantalón y enterró sus labios.

– Así, nene.

Fabiana se acercó, pero Jessica le hizo señal con la mano para que se detuviera.

– Pará. Que chupe un poco.

Alberto le bajó los pantalones de golpe, la agarró del culo y apretó. Jessica lo sintió bien adentro.

– ¡Bravo! -miró a Fabiana.- Sacale los pantalones y chupale la pija.

Fabiana se puso a ello. Jessica se sacó la campera, luego el suéter y por fin la camiseta, dejando libre las tetas.

Mientras Fabiana acomodaba a Alberto en el sofá y lo desnudaba para chuparle la pija, Jessica se terminaba de sacar los pantalones.
Luego se fue sentar en la cara.

– Alber, me siento en tu cara. Podés darle al agujero que te guste.

– Está bien -dijo Alberto, pero Jessica ya lo ahogaba con su osamenta.

– Dame pija -le dijo a Fabiana que paró un poco para mirarla.

– Está buena.

Jessica empezó a chupar.

– Y tiene el orto limpio. Parece que se lavó.

Jessica paró de mamar y la miró sorprendida, luego contenta. Levantó el culo de la cara de Alberto y lo miró.

– ¿Te lavaste el culo, Alberto?

– Sí -dijo aquel con la voz cortada.

– Buen chico. Me ahorraste un paso. Seguí que sigo. Fabiana, chupa conmigo.

Y le siguieron chupando la pija hasta que acabó. Jessica acabó en la boca de Alberto y después se meó en toda su cara. Alberto lo aceptó ofreciendo un bis de los gemidos ahogados que había emitido junto al orgasmo.

Mientras se recuperaban, se fueron reacomodando. Ahora los tres estaban desnudos. Jessica recuperó el aire.

– Bueno Alberto. Sos una bestia enjaulada. Empezaste como un pelotudo pero hasta te meé en la cara y te gustó. No te voy a cagar. No es lo mío. Pero bueno. Ahora sigue la penetración. Vos le dijiste a Liliana que cuando te violó tu amigo y te la metió, en realidad te gustó. Pero que no querías ser puto. Bueno, no sos puto, eso queda claro. Y el placer anal no tiene nada que ver con ser puto. Que te guste no te hace puto. No que sea algo malo. Tal vez en algún momento aprendas que te gusta la verga. Pero es obvio que la concha también.

Tomó un respiro.

– Ahora yo me voy a calzar una pija de goma. Fabiana mientras te va a ir preparando. Te tenía que bañar, pero como tenés el ano lavado no es necesario. Así que ya te puede ir lubricando con la boca. También te va a ir dilatando con la mano y un consolador. Yo vengo después. Soy como la artillería pesada, ¿viste? ¿Entendiste, culo abierto?
Jessica sonrió y se acercó con ternura a los labios mientras le apretaba la pija.

– Sí, podemos empezar.

– Guau. Que transformación. Me voy a calzar. Fabiana…

Fabiana se quedó un momento sentada, después se levantó y fue hasta el bolso.

– ¿Qué te pasa? – preguntó Jessica mientras se ajustaba el strap on.

– Nada. Es que es verdad. La transformación es increíble. -ya volvía al sofá.

– Sí. – se tocó la pija de goma

Fabiana le habló por primera vez a Alberto.

– Alberto. Escucháme. Te voy a empezar a lamer el escroto. También te voy a ir lamiendo los huevos para que te relajes. En algún momento te voy a meter esto -le mostró el instrumento- Jessica te la va a poner cuando ya estés bien dilatadito. Te va a doler al principio. Pero después te va a gustar. La sensación es de placer-dolor, placer-dolor. En sí ya sabés, pero hoy vas a aceptar. ¿Dale?

– Dale.

Así, Fabiana se dedicó a lamer el culo de Alberto. Jessica se acercó y lo fue tocando.

Como Fabiana también le chupara la pija, Alberto subía hasta el cielo. Pero Jessica podía ver su rostro sonriente y eso era confirmación suficiente sobre su trabajo.

Finalmente, cuando Alberto no podía más, lo dieron vuelta y Jessica lo penetró con fuerza, tomándolo de las caderas. Alberto se agitó en un gruñido de dolor, se quedó sin aire y entonces las sensaciones se confundieron.

Fabiana se puso en el lado contrario y lo sostuvo de los hombros.

– Tranquilo, chupame la concha si querés un poco. Así. Sí, mordé.

Mientras, Jessica, poseída por una fuerza indomable, bombeaba expertamente, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, el culo de Alberto.

Un fuerte rugido se escuchó. La leche fue derramada en alguna parte. Para terminar, Fabiana se masturbó y le acabó
en la cara. Jessica ya había acabado varias veces.

Sacó la pija de aquel culo masculino, desvirgado hacía tanto tiempo y ahora vuelto a desvirgar. Era increíble como la carne nunca tenía la culpa. El daño lo producían las mentes aquellos que no sabían nada de ninguna de las dos cosas.
Jessica se fue desabrochando el cinto. Fabiana se sentó en el estómago de Alberto, poniéndole una pierna sobre la pija.

– Que viaje. -dijo Fabiana con un suspiro, un poco sorprendida.

– Ni que lo digas. ¿Donde mierda puse la carpeta?

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