Ana y el médico a domicilio

Ana y el médico a domicilio
Ana y el médico a domicilio

Ese domingo habíamos estado de gran festejo en la casa quinta de unos amigos, con asado, empanadas y mucho, mucho Cabernet Sauvignon…

Por la noche me sentía bastante mal, con una pesadez estomacal insoportable.
Tenía un gran dolor en la boca del estómago, así que me recosté en la cama y le pedí a Anita que llamara al médico de nuestra obra social. Ella muy preocupada lo hizo y pidió que viniera alguien lo más rápido posible, luego se acostó a mi lado y comenzó a masajearme suavemente el estómago.

Estuvo así un rato hasta que empecé a sentir que el dolor se calmaba. No solamente ello, con sus caricias que llegaban casi a tocar mi pubis, me empecé a excitar. De pronto sentí el calor de los labios de Ana rodeando la punta de mi verga, que ya estaba bastante endurecida…

“Parece que ya no te duele tanto”, me dijo sonriendo.

“Ay amor, tus masajes me hicieron bien”. Le contesté entre gemidos.

“No te conté lo que me pasó el viernes en el subterráneo; un viejo asqueroso me estuvo apoyando su verga en mi cola durante todo el viaje” suspiró…

“Y eso por supuesto, te gustó mi amor?”. Le pregunté, ya sabiendo la respuesta.

“Ya sabes cómo me calienta eso, estuve todo el día excitada y no estabas en casa para calmarme”. Me contestó, mientras llevaba su mano a su tanga roja.

“Te habría gustado entregarle el culo a ese viejo?”.

“Ah, sí, me habría encantado que me lo rompiese”, Me respondió mientras se ponía en cuatro apuntando su culo hacia mi cara. Se levantó la breve falda de jean, corrió la tanga roja y me hizo meter uno de mis dedos en su estrecho ano.

Estábamos en el mejor momento, ella chupándome la pija y yo abriéndole su culo con mis dedos, cuando de repente sonó el timbre de la puerta de casa.

Ana se arregló la ropa y fue a abrirle la puerta al médico. Yo mientras tanto acomodé un poco la cama y traté de bajar mi erección pensando en otra cosa.

Unos segundos después entraba Ana otra vez a la habitación, seguida de un hombre en guardapolvo blanco. El tipo era muy pintón, de unos cuarenta años, bien fornido.

Luego de cruzar saludos se sentó en la cama a mi lado, aunque yo notaba que el tipo no le sacaba los ojos de encima a las torneadas piernas de mi mujercita.

Comenzó a examinarme y palparme, pero cada vez que se daba vuelta para hablar con Ana, disimuladamente dirigía su mirada a sus piernas, ya que desde la posición que estaba ubicado seguramente podía verle hasta la tanga,

Anita, que llevaba una calentura de aquellas, se dio cuenta y abrió un poco más todavía sus largas piernas para ofrecerle una mejor vista.

Me diagnosticó una inflamación en los intestinos, producto seguramente de algo que había comido. Pero para estar seguro me pidió permiso para tomarme la temperatura rectal, a lo cual accedí. Me introdujo el termómetro untado en vaselina por el ano, que por suerte casi no lo noté como m*****ia.

Mientras esperaba boca abajo, escuché que dialogaba con mi mujercita.

“Usted no tuvo malestares, señora?”

Anita respondió que no sufría ninguna m*****ia.

El termómetro reveló algo de temperatura, explicando el médico que ello podía ser debido a una intoxicación estomacal.

“Su esposo está intoxicado, creo que lo mejor sería revisarla a Usted también” Le dijo a mi dulce mujercita, con una mirada algo lujuriosa.

Ana ya sabía que el único propósito del médico era manosearla un poco y eso naturalmente la excitó más todavía, Podía notarlo en su mirada de deseo.

Ella se sentó en la cama apoyando la espalda en la cabecera y se levantó la camiseta de algodón, mostrando sus hermosas tetas. El médico comenzó a palparle el estómago, pero muy disimuladamente fue bajando su mano hasta perderse entre los muslos abiertos de Anita. Ella lo notó y por supuesto, le gustó.

“Por favor, quítese la pollera, así podré examinarla mejor”.

En dos segundos Ana estaba no solamente sin la pollera, sino también hizo desaparecer su breve tanga roja. Pude ver sus labios vaginales bien dilatados y brillando bajo la luz; estaba tan caliente que se había humedecido casi sin tocarse.

“Abra un poco las piernas, no tenga vergüenza, recuerde que soy médico”.

La hizo voltear boca abajo para tomarle la temperatura rectal. Pude ver de reojo que untaba el termómetro con vaselina, pero antes de introducírselo, le metió un dedo en el ano. Ella se quejó con un suspiro ahogado, más por la sorpresa que por otra cosa.

“Le hago daño?” Preguntó el muy turro, ahora con dos dedos metidos en el culo.

“No, doctor”. Respondió ella, casi inaudible debido a su terrible calentura.

Ana arqueó la espalda y levantó su hermoso firme culo, regalándole una vista impresionante al tipo, que a esta altura se tocaba su verga con la mano libre…

Mi mujercita se mecía ahora al ritmo del mete y saca de los dedos del médico.

“Me parece que Usted tiene la cola demasiado abierta; el termómetro no va a servir así, tendré que tomarle la temperatura rectal al tacto, le parece bien?”

Ana me miró a los ojos, mientras se mordía el labio inferior.

“Adelante doctor” Dije yo, sin poder creer lo que estaba por venir.

Ella dejó escapar un breve grito de placer, lo que hizo que el tipo metiera y sacara sus dos dedos a un ritmo infernal, mientras ella se contorsionaba como loca.

El tipo me miró diciendo: “Me parece que su señora tiene fiebre en la cola, porque se nota que está muy caliente adentro”. Sus dedos entraban y salían con frenesí.

“También siento que tiene muy caliente la vagina”. Dijo, mientras con el pulgar hurgaba la humedecida conchita de Ana.

A esta altura Ana ya había enterrado su cara en la almohada y gemía de placer como una verdadera perra en celo; yo conocía bien esos gemidos y jadeos.

“Si Usted me permite, yo podría efectuarle un tratamiento efectivo que su esposa necesita para que le baje la fiebre vaginal y anal”. Me dijo con algo de sorna.
Ella, como sabiendo que lo que me estaba pidiendo, se puso a gemir más sonoramente y nos regaló a ambos su primer orgasmo.

Anita se incorporó con la cara roja y transfigurada en placer, se puso de rodillas, abrió un poco las piernas y se reclinó hacia adelante, ofreciéndole una magnífica vista de su concha reluciente y su ano ahora bien dilatado.

“Por favor, Usted siéntese allí, así puedo trabajar con más comodidad” Me pidió.

Yo obedecí. Me senté frente a la cama, esperando presenciar el espectáculo de cómo este caradura le iba a romper el culo a mi dulce mujercita.

El hombre se bajó los pantalones y se arrodilló detrás de la cola de Anita, mostrando una verga bastante larga y gruesa. A mi esposa iba a encantarle eso.

Ana me miró de reojo; podía adivinar su cara de placer, anticipándose a lo que iba a gozar. No dejaba de temblar y gemir.

“Vamos a empezar, si le duele, me avisa” Le dijo, mientras le enterraba la verga en el culo, en una sola embestida.

Ana abrió la boca y gritó de dolor.

“Le duele?”. Le preguntó sin dejar de bombearla. “Quiere que la saque?”

“No, por favor, siga doctor. Siga, siga, siga…” Gritaba Anita entre jadeos.
Así estuvo sodomizándola durante un buen rato. El tipo me miraba diciendo que mi mujercita tenía un culo bien abierto y caliente.

Ella empujaba para atrás y refregaba su cola con desesperación contra el pubis del médico, mientras él la aferraba por las caderas y se hundía cada vez más…

Ana giró su cara, me miró sin decirme nada, Su expresión de lujuria decía todo.
Yo sabía lo que ella quería escuchar, así que no la hice esperar:

“Mi amor, me encanta tu cara de puta cuando te rompen el culo frente a mí”

Estas palabras hicieron que ella tuviera un segundo orgasmo infernal.

El médico ya tampoco pudo aguantar más y de repente explotó dentro de ella, llenándole el culo de semen caliente.

Anita quedó tirada boca abajo, extenuada.

El tipo se acomodó su ropa y después metió un dedo en el ano de mi esposa; dirigiéndose a mí me dijo: “Ahora su mujer ya tiene la cola menos caliente”.

Lo acompañe hasta la puerta y luego me recosté junto a Anita, que abrió sus hermosos ojos y me susurró al oído:

“Me destrozó el culo este idiota, pero vas a tener que hacer algo, mi amor, porque mi concha sigue ultra caliente…”

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