Ana y una tarde entretenida en el sex-shop

Ana y una tarde entretenida en el sex-shop
Ana y una tarde entretenida en el sex-shop

Al poco tiempo de casarnos, Ana me comentó una noche mientras cogíamos, que deseaba comprar unos juguetes eróticos para condimentar un poco nuestros juegos previos en la cama… o fuera de ella.

Buscamos un sex-shop en el centro de la ciudad; un lugar de lo más vulgar.

Cuando llegamos al segundo piso, Ana sonrió con su mejor cara de perra:
“Lo que pase aquí hoy, ya te va a tocar verlo en vivo”. Eso significaba que, en el caso de que el lugar tuviera cabinas, ella pensaba entrar en alguna con algún desconocido que quisiera pasar un buen momento…
Ese comentario me volvió loco, mi verga saltó dentro de mis pantalones.

Decidimos entonces que entrara yo primero y ella llegara después, como si fuésemos desconocidos, para agregarle más fuego a nuestra fantasía.

Entonces entré, encontrando a media docena de hombres, incluyendo al dueño detrás del mostrador. Me dirigí a la sección de los videos y comencé a mirar todo lo que había allí.
Unos instantes después entró Anita y todas las miradas hambrientas se dirigieron hacia ella. Era difícil no registrarla; llevaba una falda corta, una blusa atada con un nudo a la cintura, mostrando sus caderas al aire, sandalias de taco alto y sus cabellos rubios atados en una cola, que le daba un aire angelical y de puta barata al mismo tiempo,

Ana le devolvió la mirada a cada uno y caminó recorriendo la tienda, mientras echaba miradas calientes a cada uno de sus posibles depredadores. Se lamía los labios sacando la lengua y acariciaba la punta de los consoladores mientras miraba fijamente a esos tipos a los ojos.

La tienda tenía efectivamente una sección de cabinas, donde se proyectaban películas cortas y algunos pajeros se encerraban a masturbarse mientras las miraban.

Mi mujer eligió un video de sexo anal y se dirigió al mostrador, donde le preguntó al dueño, mientras se mordía el labio, si tenía cabinas disponibles.

El tipo le señaló al fondo, diciendo que podía utilizar la cabina número 2.

Ana volvió a morderse el labio y luego caminó muy despacio, contoneando sus redondas caderas hasta el fondo. Todas las miradas masculinas siguieron sus movimientos. Al final se detuvo y se desprendió la diminuta pollera, mostrando a todo el mundo sus firmes nalgas desnudas, ya que no llevaba puesta ni siquiera una tanga.
Miró hacia atrás y luego entró a la cabina, dejando la puerta abierta.

En ese momento todos entendieron la indirecta, pero solamente tres de los tipos se animaron a acercarse a la cabina número 2.
Yo me moví detrás de ellos, dispuesto a presenciar la acción y asistir a mi mujercita por si las cosas se ponían muy pesadas…

La sorpresa para todos fue que Ana estaba esperando recargada sobre la entrada de la cabina y al llegar el primero de los hombres lo tomó por el cuello y lo arrastró hacia adentro, cerrando luego la puerta.

A pesar de que las paredes se veían bastante gruesas, se podía oír los gemidos y aullidos que dejaba escapar Ana, mientras el primer tipo la cogía
Diez minutos después se asomó el hombre, agitadísimo, abrochándose la bragueta del pantalón. Sòlo comentó que la rubia era muy, muy perra.

El segundo hombre también tardó otros diez minutos en salir.
Cuando salió el quinto, antes de que entrara el próximo, Ana giró y se abrió las nalgas con ambas manos, mostrándome que no solamente su concha, sino también su ano dejaban escapar semen a raudales.

Después del séptimo, recién correspondió mi turno; así que cerré la puerta detras mío y le pregunté a mi dulce Anita si ya era suficiente con ello.

Ana sonrió y me dijo que tres hombres habían usado y abusado de su concha, uno solamente había querido sexo oral, otro le había acabado en la cara y otros dos habían preferido romperle el culo con unas pijas enormes; por eso había gritado tanto mientras la sodomizaban.
Mientras me contaba todo, con un dedo se limpiaba los restos de semen en su cara y se los llevaba a la boca.
Yo me bajé los pantalones y cuando Ana se inclinó para chupármela, la tomé por los cabellos y la hice girar en el aire, apoyándola contra la pared.
Le dije que yo también prefería darle por el culo; así que, antes de que pudiera protestar, me hundí en su trasero con toda la potencia de mi verga, arrancándole un lastimero alarido de dolor.

La bombeé con locura durante un buen rato, hasta que sentí vaciaba toda mi leche dentro de su hermoso trasero.
Cuando se la saqué ella no quiso mirarme a los ojos; simplemente me dijo que todavía quería más pijas y que yo podía irme para esperarla en casa. Yo le acaricié las nalgas sucias de semen de otros desconocidos sin decirle nada más y salí de la cabina para dejarle mi lugar a un octavo hombre y a unos cuantos más que estaban formando una larga fila.

En casa me serví un whisky y me senté a esperar.
Varias horas después por fin regresó Anita. El estado en que llegó era deplorable. Las ropas estaban sucias de semen fresco, así como sus cabellos y su bello rostro. Sus piernas tenían arañazos y sus brazos varios moretones. Arrastraba los pies y entonces me di cuenta de que le costaba caminar, ya que apenas podía mantener las piernas cerradas.

Antes de entrar al baño alcanzó a decirme que había sido usada por al menos veinticinco hombres y que la mayoría había querido cogerla por el culo. Sonrió cansada y me mostró un enorme consolador nuevo, regalo que le había hecho el dueño del lugar en agradecimiento…

Bir yanıt yazın

E-posta adresiniz yayınlanmayacak. Gerekli alanlar * ile işaretlenmişlerdir