De vuelta a casa

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De vuelta a casa
Una mañana hace unos meses, después de mis quehaceres diarios en casa vi que aún era temprano y para no aburrirme decidí salir a dar un paseo. Me di una ducha rápida y me vestí. Un tanga blanco, un vestido de verano verde pálido y unas sandalias con un pequeño tacón, cogí el bolso y salí de casa. Normalmente no me acordaría de que ropa me puse un día cualquiera de hace tanto tiempo si no fuera por lo que me pasó.

Me fui dando un paseo al centro y pasé un rato viendo escaparates. Al final entré en una tienda y compré una falda que me gustó y cuando salí me di cuenta de que con la tontería llevaba ya más de dos horas fuera y se me había echado el tiempo encima, así que aunque me gusta ir a los sitios caminando me decidí a coger un bus que para muy cerca de casa.

Cuando llegó subí de las primeras, y dado que había bastante gente más entrando me fui para el fondo. Fui pasando filas de asientos y en el fondo, frente a la puerta trasera había unos cuantos cruzados, en paralelo al lateral del autobús mirando directamente a la puerta, tras ellos otra fila colocados de manera normal, justo bajo la ventana trasera, y a continuación de la puerta no había ninguno, sino una barandilla para separar este espacio de la propia puerta. Aquí no había mucha gente así que es donde me puse, tras la barandilla agarrándome a ella. Detrás de mi habían dos o tres personas también de pie cogidos a las barandillas.

Tras un par de paradas donde siguió subiendo gente hasta que nos tuvimos que apretar bastante, noté que alguien detrás mio trataba de salir en la parada a la que acabábamos de llegar, así que me aparté un poco para dejar sitio y cuando esta gente pasó junto a mi fue cuando lo noté. Una mano cogiéndome el culo.

Del sobresalto di un respingo y se me cayó la bolsa que llevaba en la mano al suelo. Pero no fue lo único que hice. Tiré mi mano izquierda hacia atrás tratando de agarrar a quien fuera que me estaba tocando y por suerte lo hice. Agarré una muñeca y la apreté lo que pude, en parte para que no caerme de cara porque en el mismo momento me agaché para recoger la bolsa y con el sobresalto y la gente moviéndose a mi alrededor casi acabo en el suelo. Fue un acto reflejo en cuanto noté la mano, ni siquiera lo pensé. Un señor mayor que iba a salir me vio agacharme e hizo el intento de ayudarme, pero yo le hice un gesto con la mano libre de que no era necesario.

No se si alguien se dio cuenta de lo que estaba pasando pero si alguien lo hizo decidió no hacer caso y seguir a lo suyo, unos bajándose del bus y otros sentados, mirando el móvil o a sus cosas.

Cuando me levanté tiré del brazo que aun tenia sujeto y mientras me volvía noté como se me ponían unos nervios en el estómago terribles. La verdad es que no se a quien me esperaba pero a quien me encontré me sorprendió. Era un chaval. Un chico de no más de 19 o 20 años, aunque bastante más corpulento que yo. Estaba blanco, le había sorprendido que lo cogiera tanto como a mi que me sobara de esa forma. Mientras intentaba soltarse de mi mano solo atinó a balbucear algo así como “Yo ya me bajo aquí…”.

Me salió de dentro: “No. No te bajas”.

Le dije eso y tiré de él hacia dentro. Lo llevé detrás del la barandilla, a continuación de la puerta, de espaldas al lateral del bus. A mi me había entrado una flojera de piernas como pocas veces en mi vida. Nunca me había visto en otra como esta. El estaba muy nervioso también, se le notaba, estaba sudando aunque el aire del bus estaba muy fuerte. En cuanto arrancó yo me coloqué a su derecha, un poco adelantada. Me colgué la bolsa del antebrazo derecho por las asas y me agarré con esa mano a la barandilla.

Me fijé en la gente que quedaba por la parte trasera y cuando vi que nadie nos estaba haciendo caso, o al menos aparentaban no hacerlo, hice algo que nos sorprendido tanto al chico como a mi misma. En público y con desconocidos soy bastante cortada y nunca se me había ocurrido hacer algo así.

Tiré de su brazo hacia abajo, el cual quedaba detrás de mi espalda por como me había colocado, lo pegué a mi muslo y lo subí por debajo de mi vestido. En ese momento notaba como le temblaba todo, imagino que pensó que aquel día solo metería mano entre la multitud y se escaparía entre esta sin que yo supiera quien había sido. Supongo que él también pudo notar como yo temblaba de nerviosismo pero eso no me echó para atrás.

Cuando puse su mano contra mi trató de apartarse, pero yo deslicé mi mano desde su muñeca hasta el dorso de la suya, la puse en mi trasero y apreté, no muy fuerte la verdad ya que tenia los dedos entumecidos de sujetarle el brazo.

Aguanté ahí mi mano sobre la suya un momento, pero después la aparté y la traje hacia delante. Al principio se quedó quieto, pero poco a poco se fue envalentonando y empezó a sobarme. Palpando, acariciando y apretando. Yo tenia unos nervios que creía que se me iba a salir el corazón por la boca, y un temblor de piernas que si no llego a ir agarrada me habría ido redonda al suelo. No paraba de mirar alrededor pensando que alguien nos vería pero si lo hacían, disimulaban.

Al final el chico se acabó viniendo arriba y empezó a seguir con sus dedos la tira de mi tanga. Me acariciaba arriba y abajo, hasta que de una alargó la mano y la metió entre mis nalgas. Comenzó a frotarme entre mi ano y mi chichi. Estuvo haciendo esto unos segundos y debió de pensar “llegados aquí, ¿por qué no?”. Metió un dedo bajo mi tanga y volvió a alargarlo lo que pudo. Pasó sobre mi ano y llegó con la punta hasta la entrada de mi vagina, que para entonces ya estaba muy caliente y húmeda. Yo traté de separar mis muslos un poco sin mover las piernas y echar un poco hacia atrás mis caderas.

No podía verme la cara pero notaba que estaba completamente ruborizada. De vez en cuando notaba como él intentaba llegar aun más lejos pero no podía estando los dos de pie. Ni siquiera llegaba a empezar a meter el dedo dentro, solo a tocar la parte de atrás de mi agujero. Estuvimos así unos minutos más, él frotándome y yo mordiéndome el labio y tratando de disimular, hasta que fuimos llegando a mi parada. Entonces yo volví a llevar mi mano izquierda atrás y le di unos golpecitos en su brazo para indicarle que lo sacara. Al menos él lo hizo al instante, y yo me pasé la mano por detrás para asegurarme de que el vestido estaba en su sitio, sin dobleces.

Cuando el autobús paró, yo di la vuelta a la barandilla y me dispuse a salir, siempre sin soltarla con mi mano derecha, porque con el temblor que llevaba en las rodillas de verdad temía caerme al suelo de cara al bajar. Mientras salia lo miré de reojo, y pude ver que ya no estaba blanco como antes, estaba rojo como un tomate. Parecía que se había pintado la cara para ir a un partido de España, aunque yo tampoco vi la mía. No me extrañaría que la llevara igual, al menos por los calores que me notaba diría que si. Me seguía con la mirada mientras me iba, justo entonces pensé, “Dios que no se baje detrás”. Ni si quiera se me había pasado por la cabeza hasta ese momento. Por suerte no fue así.

Cuando me bajé me fui a la fachada del edificio que había detrás de la parada y me apoyé, saqué el móvil y me puse a mirarlo mientras me calmaba un poco antes de caminar las pocas manzanas que había hasta casa. Mientras iba de camino pensaba en lo que acababa de hacer. No es propio de mi ni mucho menos. Como ya he dicho soy muy cortada en público y más con desconocidos. Además, al contrario de lo que algunos aun piensan, a las mujeres no nos resulta nada agradable que te metan mano de esa forma.

Lo que me encendió fue al girarme ver a un chico del que por edad bien podría ser su madre. No es que me gusten jovencitos ni nada así, fue pensar que a mis años aun tengo un culo que le apetece sobar a un chico que debería estar acostumbrado a ver otros culos más jóvenes y levantados que el mio.

Al llegar a casa mi novio ya estaba allí, solo pude decirle un “hola” bastante escueto. Me fui al baño y me desvestí, cuando me bajé el tanga a la altura de las rodillas lo cogí y lo miré. Estaba empapado y lo tiré al cesto de la ropa para lavar.

Al salir al dormitorio, ni chico estaba allí y debió verme rara porque me preguntó: “Luci, ¿estas bien?”. A mi me entró la risa tonta y, ingenua de mi, le conté lo que me acababa de pasar. Estuvo bastante mosqueado el resto de la semana, pero al final conseguí que se le pasara. Pero bueno, eso ya es otra historia.

xoxo

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