TENERIFE: SOFIA

TENERIFE: SOFIA
Dedicado a Sofía y Antonio (pseudo: Antonioplayablanca). Espero les guste… ¡y disfruten!

Soy Carlos, el dermatólogo al que acudieron Antonio y Sofía hace algunos meses.

Al igual que ellos paso de los 40, pero sigo soltero, y no porque no me gusten las mujeres, sino porque me gustan tanto que aún no me he planteado mi vida sólo junto a una; menos aún en éste precioso Tenerife en el que no sólo algunas turistas, sino especialmente las isleñas son a la vez muy atractivas y cariñosas.

Como otros muchos médicos, compagino el trabajo en la Sanidad Pública con la consulta privada, que tengo en mi propia casa, pues es un chalet que compre a los herederos de un extranjero y lo suficientemente grande para ello.
Antonio y Sofía acudieron un viernes a mi consulta casi casi de “urgencia” pues, según me dijeron, a los dos les habían salido unas manchas rojizas, que les picaban y supuraban un poco, por varias partes del cuerpo, de modo que mi secretaria les hizo un hueco a última hora.

Tras saludarlos –eran clientes nuevos- me explicaron qué les pasaba: por el pecho y espalda, por los muslos y órganos sexuales les habían aparecido, al mismo tiempo, unas pequeñas pústulas hace unos días, que les picaban, se rascaron, supuraban, y se habían extendido en forma de mancha alrededor de donde les salieron.

De la propia conversación descarté que se tratase de una ETS, pues por lo general siempre se presenta primero en el portador y lo más probable es que se tratase de algo bacteriano que se hubieran contagiado por el propio contacto, de modo que como es fundamental para nosotros ver y tocar el problema, les pedí que pasaran a una habitación donde tengo la camilla, luces e instrumentos para poder hacer una exploración.

Como es natural, le pedí a Sofía, en primer lugar, que se quitase la ropa para iniciar la exploración y se sentase en la camilla.

Me miró un poco confusa y preguntó: “¿toda la ropa?”, a lo que respondí que sí, dado que según me habían dicho también les afectaba a los órganos sexuales y por tanto debía de examinarlos.

Se sonrojó y con cara de vergüenza miró a Antonio, quien le dijo: “venga cariño, que es como en el ginecólogo, pero en vez de por dentro, por fuera, y seguro que no es la primera mujer que el doctor ve desnuda”.

Su sonrojo y vergüenza no disminuyeron, pero se puso de espaldas a nosotros y se desnudó.

Desde luego no era la primera mujer a quien he visto desnuda, pero el cuerpo de Sofía estaba francamente muy bien: pelo largo, oscuro y con mechas, bien equilibrada de peso, con pequeños michelines bien proporcionados en sus caderas y en su abdomen, que hacía que de hombros a muslos tuviera esa forma de dos dunas seguidas, muslos bien formados, de los que se cierran por dentro y no permiten ver el sexo, y unas nalgas firmes, apretadas, redondeas y un poco sobresalientes, pero más por fibra que por grasa.

En resumen: Sofía era una de éstas pacientes a quienes examinar médicamente no es sólo una obligación sino una agradable obligación y de las que apetece examinar también como mujer, por fuera, por dentro, y en un examen riguroso por ver qué lecciones hay que repasar, cuáles enseñar y aprender. Más aún por la vergüenza y timidez que mostraba.

Se dio media vuelta para ponerse encima de la camilla y pude ver sus pechos: bien proporcionados, con areolas de color rosa claro y pezones no muy grandes; de tamaño justo para abarcar con poco más de la palma de la mano y no muy caídos, con su pubis parcialmente depilado y en forma de rectángulo vertical de poco más de 5 cms. de ancho.

“Boca abajo, por favor”, indiqué a fin de que la exploración les resultase menos incómoda, pues a los clientes les inspira confianza y eso te permite hacer una exploración de todo el cuerpo si es necesario –o si apetece- sin levantar sospechas.

Encendí la luz para alumbrar las zonas a examinar mientras Antonio decía: “¿ve, doctor, las manchas en su espalda?”.

“Sí, pero he de empezar por examinar la cabeza, pues por sus características puede que se trate de una bacteria de amplia extensión y, aunque no se hayan dado cuenta, también las tenga y eso me ayudará a diagnosticar”, comenté a fin de mostrar profesionalidad y aumentar su confianza aunque nada más verlas tuve claro que se trataba de una afección sin mayor importancia que, probablemente, hubieran adquirido en la piscina o en la playa, que se curaba por sí sola y ya estaba casi curada.

No se lo iba a decir tan pronto, pues bien hay que justificar el precio de la consulta y además me apetecía extraordinariamente hacer una exploración completa de Sofía.

Luz a la cabeza, y a mirar entre el pelo. Nada… como era natural a juzgar por las lesiones y el diagnóstico que no les había dicho.

Hombros, brazos, espalda, deteniéndome en las lesiones preguntando si dolía al pasar los dedos suavemente y luego presionar un poco, y así hasta las nalgas.

Separar los glúteos para ver su culo, con la excusa de la exploración, pasar el dedo –por si están ocultas indiqué- a un centímetro de su ano y presionando, revisión de muslos y le pedí que se diera media vuelta para examinarle por delante.

Obviamente y con la confianza ganada, sin problemas. Exploración de muñecas, interior de los brazos y axilas, concienzuda de pechos, con la excusa de que pudiere haber algo que no hubiera aflorado por las características del pecho y su masa, de abdomen, caderas, muslos y luego pues al sexo.

“Por favor, abra sus piernas” le indiqué. Sin problema de nuevo.

Revisión entre el vello de su pubis y al abrir sus muslos vi una pequeñas verrugas sin la menor importancia y unos granos de grasa, habituales, de los que todos nos explotamos, también sin importancia y muy frecuentes en la zona, por la rozadura propia de los muslos que se produce al andar.

Puse cara de sorpresa y preocupación al tiempo que decía: “lo del cuerpo no es nada y ya casi ha curado por sí sólo, aunque luego les indicaré unos champús, jabones y cremas y su pauta de aplicación para que no se reproduzca, pero acérquese usted, Antonio, ¿ve eso que parecen verrugas y esa especie de granos en la zona interior superior del muslo?”

Antonio se acercó con cara de preocupación y dijo: “Sí, claro, ¿qué puede ser, doctor?”.

“No lo sé: he de examinarla también en su vagina a fin de determinar si hay alguna más dentro y descartar o no una serie de posibilidades”

“Proceda doctor, proceda, usted es el profesional” dijo Antonio, mientras Sofía enrojecía.

Me puse guantes de látex, un poco de crema antiséptica en los labios de su vagina y en los guantes –para facilitar la exploración, indiqué- y le advertí que si al presionar le dolía un poco me lo indicase.

Recorrí con un dedo los labios exteriores de su vagina, mientras miraba a Antonio y le decía que lo normal es que no fuese nada pero mejor asegurarse, y luego miré al sexo de Sofía, cerrado a cal y canto, sin la más mínima humedad; presione un poco los labios exteriores hasta que sintió una pequeña m*****ia, puse cara de inquietud, separé con la otra mano los labios exteriores, miré con atención los interiores como quien es miope e intenta ver algo muy pequeño, deslicé mis dedos suavemente, muy suavemente alrededor de ellos con el fin de excitarle, y luego acaricié su clítoris, con un poco de fuerza; me indicó que sintió un poco de m*****ia al hacerlo, mayor cara de preocupación la mía para decir “bueno, reconozcamos su interior”, a la vez que ponía más crema en los dedos del guante.

Pasé mis dedos suavemente por sus labios interiores, no para explorarle, sino con la intención de excitarle, una y otra vez, alternándolo con pequeñas presiones cómo si fueran para detectar algún bulto, hasta que vi que sus areolas y pezones empezaban a adquirir un poco de dureza fruto de la excitación y ya se abría un poco, mientras Antonio no paraba de mirar.

Introduje un dedo en el interior mientras como si fuera lo habitual en la exploración y yo no le diese importancia miraba a Antonio y le decía “a ver si encontramos algo”, para luego mirar yo el sexo de Sofía.

Recorrí muy suavemente su vagina una y otra vez, hasta que Sofía empezó a desprender la humedad natural y los labios de su sexo ya estaban abiertos; saqué mi dedo con cara de preocupación, puse más crema, y le introduje dos, para darle un masaje por dentro como si quisiera hacerle cosquillas.

Sofía ya estaba muy excitada y con su cara roja al darse cuenta de ello, bien abierta, dejando ver el agujerito de entrada, y di por finalizada la exploración –tampoco es cuestión de pasarse-.

“Bueno Sofía, vístase, y usted, Antonio, desnúdese por favor.”

Al igual que Sofía, cara de sorpresa y sonrojado; se desviste y entiendo el motivo de su vergüenza: su miembro estaba erecto.

“Verá usted, doctor, es que estábamos preocupados por si era algo contagioso, llevamos 10 días sin tener relaciones, los dos somos muy activos y, al ver a Sofía, como comprenderá, pues…”.

“Le entiendo Antonio, le entiendo, es normal”, dije sin dejarle terminar en su vergüenza.

Vuelta y vuelta, al igual que con Sofía y examen –innecesario, pero por no llamar la atención- también completo, apartando bien su sexo. Terminar y a vestirse.

“Bueno, Sofía y Antonio: la cuestión de las manchas, granitos y picores no es nada grave. Una afección bacteriana que probablemente cogieron en la piscina o la playa y que se está curando sola; les recetaré un champú, un jabón y una crema para acelerar el proceso, y en unos días desaparecerá. En cuanto a las protuberancias de Sofía, he palpado alguna también por el interior, y aunque es probable es que no tenga importancia, para estar más seguros mejor si hacemos una biopsia y así descartamos cualquier posible complicación; como ustedes prefieran, o por el seguro, en cuyo caso mañana mismo se la programo de modo urgente aunque pese a todo tendrán que esperar unos cuántos días, pues ya saben las colas que hay, o se la puedo hacer en mi consulta otro día”.

“En su consulta doctor, que estas cosas, mejor salir de dudas cuanto antes. ¿Cuándo podría ser?, lo digo porque la semana que viene yo estoy de viaje en la Península y no podría venir a acompañar a Sofía”.

Miré la agenda en el ordenador y dije: “No se preocupen ustedes; no es ninguna operación, sino un pequeño raspado sin importancia, para recoger una muestra del exterior y del interior y que lo analicen mis compañeros de anatomía patológica. Menos dolorosa que la exploración de hoy. Veo que la semana que viene tengo la agenda llena, pero como bien dicen, lo mejor cuanto antes, de modo que si le va bien a su esposa, el martes a las 9 de la noche, viene y se la hago en un momento”.

“¡Perfecto!, por cierto doctor ¿podemos tener relaciones?”

“Mi consejo es que, por prudencia, esperen a que las lesiones hayan desaparecido, pero no se preocupen: a su vuelta de la península, seguro que podrán mantenerlas”.

“Pues muchas gracias doctor, así lo haremos. Entonces, hasta el martes”

Llegó el martes y, tras la última visita, mi secretaria-enfermera hizo pasar a Sofía. “¿Me quedo, doctor?” preguntó al hacer pasar a Sofía y ser su hora de marchar. “Muchas gracias Pilar. No hace falta, se trata de recoger muestras para hacer una biopsia”.

“Buenas tardes, Sofía”. “Buenas tardes, doctor”.

“Mejor nos tuteamos, que ya no es la primera visita y tenemos más o menos la misma edad. Bueno, empecemos.

¿Habéis mantenido relaciones éstos días?”. “Tal como nos aconsejó no, mejor no correr riesgos”. “Muy bien. Desvístete, por favor”.

Sofía venía con una blusa y pantalones vaqueros; se dirigió a la camilla y, vuelta de espaldas, con su vergüenza habitual sacó la blusa del interior de sus pantalones y empezó a desabrochársela, hasta que con el objetivo de que tuviese más confianza dije: “No es necesario totalmente, sólo de cintura para abajo”.

De espaldas, se desabrochó el pantalón, se lo quitó y pude ver piernas, sus bragas, blancas, que me parecieron nuevas, ceñidas a sus glúteos, nada sexys, de estas de 8 cms. en la cintura y propias de una mujer recién duchada que acude al médico –habitual cuando sabes que te van a hacer una exploración-

Me dirigí a la camilla y acerqué la mesita con los instrumentos y me senté en una silla al final de la camilla. “Abre bien las piernas, por favor”.

Abrió sus piernas y, de nuevo pude ver su sexo, bien cerrado, precioso, con ese olor a limpio de recién duchado, como si fuesen dos gajos de naranja.

Mientras cogía el instrumental, pregunté como si fuese rutina: “Supongo que no te habrás detectado en éstos días nada extraño en los pechos…” “No, no he visto nada raro”.

“No me refiero a una inspección visual, sino táctil, por ver si ha aparecido algún nódulo o ganglio que antes no tuvieras. Es aconsejable que os las hagáis vosotras mismas cada mes, tampoco con mucha mayor frecuencia, que sería obsesionarse, pues así se detectan antes de que se vean a simple vista y se evita que se desarrollen. ¿Nunca te la has hecho?”.

“Cuando voy al ginecólogo, una vez al año, me la hace él y aunque en ocasiones sí me lo ha dicho, la verdad es que no sé muy bien cómo detectarlos; lo hice una vez, pensé que tenía algo, me asusté, fui, y dijo que no era nada, sino algo propio del pecho, de modo que como no sé distinguirlos, no me lo hago”.

“Eso no puede ser, Sofía. Por favor, desnúdate de cintura para arriba, que te exploro yo, ya que si fuese algo que se te ha expandido en éstos días, puede detectarse y te enseño cómo hacerte tú misma una exploración y detectar algo extraño”

Ni que decir tiene que, agradecida por mis palabras y la enseñanza que iba a darle, confiada, Sofía se sentó en la camilla, se quitó la blusa, los sostenes y quedó ¡por fin! totalmente desnuda frente a mis ojos. Se tumbó en la camilla, cerró sus piernas y, aunque un poco rígida, esbozó una sonrisa a fin de que empezara mi exploración y enseñanza.

“Relájate, Sofía, por favor y presta atención a cómo la hago para que luego la hagas tú”, le indiqué mientras, a propósito, lavaba mis manos con agua fría y las dejaba un poco húmedas.

Puse mis manos sobre sus pechos y, al sentir su frialdad y humedad, la reacción de sus areolas y pezones fue la natural: se pusieron un poco erectos. Exactamente lo que pretendía.

Pasé las palmas de mis manos por la parte inferior de sus pechos, subiendo hacia arriba y con firmeza, hasta llegar a los pezones, que toqué con suavidad, para continuar por la parte superior del pecho.

Luego hice lo mismo con mis dedos, deteniéndome cada 3 o 4 cms. y presionando un poco, hasta llegar a las areolas que, con dos dedos de cada mano, presioné levemente, lo que produjo que Sofía se excitara aún más y sus pezones se pusieran más erectos, hasta que di por finalizada mi exploración.

“Bueno Sofía, ahora te toca a ti; extiende tus manos y te enseñaré cómo has de hacerlo”.

Sofía extendió sus manos, las cogí entre las mías y repetí los mismos movimientos: acariciar primero todo su pecho, de abajo hacia arriba, procurando que la palma volviera a acariciar sus pezones ya totalmente erectos, para llegar hasta el final.

Proseguí con sus dedos, tal cual yo lo había hecho, a la par que cuando presionaba en algún sitio y notaba algo le decía: “¿lo notas, Sofía?”. “Sí”. “Pues eso no es más que una parte del pecho, no un nódulo, ganglio o algo similar”.

Mi exploración duró más de 5 minutos; 2 para la estrictamente médica y el resto para acariciar sus pechos y excitarla, y la que le enseñé, duró cerca de 10 minutos, la mitad de enseñanza y el resto ayudándole, sin que ella se percatara de mí deseo, a excitarla con sus propias caricias y las mías que, diligentemente le di en algunos puntos para que la lección fuese más completa.

“Bueno Sofía: vamos a por la biopsia. Abre bien las piernas, por favor” dije al tiempo que me sentaba entre ellas, con mi cara a unos 30 cms. de su sexo y enfocaba la luz hacia él, que se encontraba mucho más distendido que al principio y levemente humedecido.

“¿Sin guantes?” preguntó Sofía al percatarse de que no me los ponía.

“Sí: no son necesarios, habida cuenta de que, como os dije, lo que tenéis no es contagioso y si hay algún nódulo, especialmente los pequeños, mejor sin guantes para detectarlo, pues hacen que se pierda sensibilidad en los dedos.

Bueno Sofía, antes de la biopsia voy a explorarte por si han aparecido nuevos nódulos. Voy a separar y explorar los labios exteriores de tu vagina”

Deslicé suave y lentamente mis dedos por el exterior de sus labios vaginales, muy lentamente, acariciándolos, los separé, pasé un dedo por el interior de uno, luego por el borde y repetí la operación en el otro, mientras la humedad que salía de su interior era lo suficientemente notable como para percibir el olor de su aroma íntimo.

“Bien Sofía, ahora voy a separarlos para examinar los labios interiores”, dije al tiempo que se los separaba con los dedos de una mano y la visión de su sexo era ya total.

Me entretuve en acariciarle la zona que va de los labios exteriores a los interiores, para luego acariciarlos y continuar exactamente hasta la entrada de su vagina, rodeándola con la yema del dedo, entreteniéndome en todo ello, como si se tratase de una concienzuda exploración y no de un claro acto de masturbación.

Alcé mi cara y vi que los pezones de Sofía estaban bien firmes y erectos, que el rubor había aparecido en sus mejillas y llegaba hasta su pecho, muestra inapelable de que estaba excitada y dije: “voy a explorar el interior, a fin de detectar exactamente la posición de los nódulos”.

Todos los profesionales de la sanidad, incluso cuando vamos a extraer sangre para análisis, decimos a nuestros pacientes cómo vamos a actuar, qué les vamos a hacer, de modo que en ningún momento se sorprendió por mis palabras que, lo admito, no tenían el objetivo de explicar nada sino de que se excitase.

Introduje un dedo lentamente, lo más profundo que pude, y noté un pequeño estertor en su cuerpo. Vamos bien, pensé, por lo que inicié un movimiento de masaje del interior y de caricias, tratando de detectar el punto que todas las mujeres tienen y en el que cuando son acariciadas explotan en un orgasmo incontenible.

Cuando lo encontré, lo acaricié con suavidad, por lo que la humedad de Sofía ya era copiosa debido a su excitación, y tras sentir un par de estertores más en su cuerpo y cómo su respiración se volvió un poco angustiosa, salí y, mirándole, pregunté: “¿Te duele en algún punto que te he exploro, Sofía? ¿Te encuentras bien? Lo digo porque parece que tienes leves dificultades respiratorias”

“No, no me duelo, pero, bueno…, el caso es que…” balbuceó avergonzada y sonrojada, sin saber cómo explicar que se
había excitado y a la vez intuyendo que me había dado cuenta.

Puse la más amable cara de profesional que pude y con una comprensiva sonrisa le dije: “No pasa nada Sofía, te entiendo: si como me dijo Antonio sois dos personas muy activas y después de tantos días sin tener relaciones, es normal que te sientas excitada. De hecho, no serás la primera mujer, ni el primer hombre, que en una exploración ha tenido un orgasmo. Es más frecuente de lo que te imaginas.”.

“Muchas gracias, Carlos. Me daba vergüenza decirlo y no sabía cómo hacerlo”.

“Tranquila mujer. Como veo que va a ser inevitable, pues aún no he terminado la exploración y mejor cuanto más dilatada estés, si te parece bien pasas a un dormitorio, te masturbas y vuelves a la consulta, que te espero aquí y terminaremos pronto”.

“Está bien, gracias” dijo sonrojada y avergonzada.

Bajó de la camilla, me siguió hasta lo que era la habitación que utilizaba para mis encuentros amorosos –realmente cálida-, abrí la puerta, encendí la luz y con una sonrisa le mostré la cama y dije: “Te espero en la consulta. Sin prisas. Tómate el tiempo que necesites”. “Gracias” contestó, tras lo que cerré la habitación para que su intimidad fuese absoluta.

Del baño de al lado cogí una toalla y volví de nuevo a la puerta donde estaba Sofía, para pegar mi oído a ella.

Sofía debía de estar muy excitada, pues al cabo de dos o tres minutos en que no oí nada, percibí como su respiración se volvía cada vez más entrecortada, a la que siguieron pequeños gemidos con entrecortados “uff” seguidos de un contenido “qué bueno”, al que siguieron jadeos y gemidos, contenidos, pero cada vez más frecuentes, que hicieron que yo me excitase sobrada y visiblemente.

Al entender que estaba a punto de alcanzar su orgasmo, llamé a la puerta y sin esperar a que dijese nada la abrí, le miré descaradamente y pude ver su cara de sorpresa y vergüenza: exactamente la cara de a quien han pillado en un acto que no quiere que nadie vea, por lo que al verme, de inmediato apartó su mano del sexo y cerró las piernas.

Puse cara de confuso, y como pidiendo perdón dije: “lo siento; no te había traído una toalla para que te limpies. Disculpa, me parece que he entrado en el momento más inoportuno. Si lo deseas termina y, disculpa por mi evidente excitación, pero eres tan atractiva que, al verte no he podido dejar de excitarme como es natural, de modo que continúa; iré a la habitación de al lado a masturbarme yo también y luego terminamos la prueba”.

La expresión de Sofía era todo un cuadro: avergonzada de que le hubiera visto masturbarse, ansiosa de tener su orgasmo, halagada por haberle dicho que era muy atractiva, sorprendida y confusa por mis palabras y sin saber qué hacer ni qué decir, de modo que dirigí mis pasos a la puerta, como si también estuviera confuso, pero cuando la abrí me giré y dije: “o si te apetece Sofía, podemos pasar un buen rato juntos”

Abrió sus ojos como si fueran platos y con más sorpresa de la que tenía preguntó: “Oye Carlos, ¿me estás proponiendo que tú y yo, ahora, aquí…?”, como si temiera decirlo. “Pues sí, Sofía: que si te apetece hagamos el amor y pasemos un buen rato”.

Me miró fijamente, puso cara de monumental enfado y pensé: ¡la que se va a liar!, hasta que dijo: “¡Pues sí Carlos!, ¡que sí!, que a los cinco años de casados, mi marido me pegó una ETS y, aunque no fue grave, dijo que probablemente se la hubiera pillado en algún baño, que desde que nos casamos no se había acostado con otra, pero ya me enteré yo de que la enfermedad que me contagió se transmite por contacto… y ahora me las pagará, que seguro que desde entonces también se ha acostado con otras el muy sinvergüenza”.

Gracias Antonio, pensé, por haberte acostado con otras, pues nadie más ardiente, nadie más dispuesto a explorar y ser explorada hasta el último rincón de su cuerpo, que una mujer despechada y, si además, como me habían dicho eran muy activos y dado que Sofía estaba realmente buena, pues el rato que podíamos pasar podría ser no bueno, sino superior.

Me desnude por completo y acercándome a la cama dije: “Ábrete bien de piernas Sofía, que te he cortado en lo mejor y voy a hacer que termines y, además, no sabes lo bien que olías cuando te exploraba y te excitaste, de modo que no quiero perderme nada de tu interior”.

Acerqué mi cara y vi su sexo totalmente abierto; la humedad le empapaba todo, sus labios exteriores totalmente separados, los interiores a los lados, su clítoris fuera del capuchón, protuberante, de modo que pasé la palma de mi mano por su sexo y sentí no sólo la humedad, sino el calor y las palpitaciones propias de una mujer deseosa de sentir un orgasmo.

Pasé la lengua por su pubis, en la zona donde estaba depilado, primero a la izquierda, luego por la derecha, mientras mis manos acariciaban sus pechos, con los dedos dándole un pequeño masaje en las areolas y luego en los pezones.

Pasé mis manos por su cuerpo, y mi lengua se deslizó hacia abajo, hacia su sexo: el olor penetrante de su humedad atravesó mi cerebro, y cuando mis manos estuvieron en sus caderas, la acerqué hacia mi cara y besé el centro de su sexo. De su intimidad.

Como había hecho con mis dedos, mientras le exploraba en la camilla, pasé mi lengua por sus labios exteriores, por fuera primero, luego por el borde y por dentro, por el hueco con sus labios interiores, besándolos, absorbiéndoles, hasta llegar a su clítoris; Sofía jadeaba y gemía de nuevo, pero ahora ya no con voz entrecortada, sino de modo audible diciendo “¡qué bueno!”.

Estaba ¡tan excitada!, tan roja su cara y sus pechos, tan duros sus pezones y su clítoris, que estaba claro que faltaba poco para que alcanzara su orgasmo, de modo que introduje un dedo en su vagina y dirigí otro a su esfínter, mientras con la punta de la lengua picoteé su clítoris mientras le oía decir: “sí, sí, sigue así”.

Absorbí su clítoris hacia el interior de mi boca y al sentir el latigazo en su cuerpo, presioné con fuerza en su esfínter, a la par que el dedo que tenía en su sexo empujó hacia debajo de su vagina, mientras mi lengua, totalmente extendida, se dirigía a la entrada.

El orgasmo de Sofía fue ¡brutal!, ¡memorable!, ¡épico!; su cuerpo se contorsionaba, sus caderas se movían hacia arriba y hacia abajo, mientras mi boca absorbía los jugos que salían de su interior a oleadas imparables y cálidas. Uno de estos orgasmos retenidos durante mucho tiempo, ansiados, que hacen que una mujer grite como si fuese el último esfuerzo de un parto.

Durante los 2 o 3 minutos que duraron sus gemidos al principio, luego jadeos, luego soplidos y al final exclamación de “¡qué bien que ha estado!”, me puse a su lado y acaricié sus hombros, hasta que abrió sus ojos y, a modo de disculpa dijo: “siento haberme corrido en tu boca; es la primera vez que me ocurre, pero no me he podido contener”.

“¡No me digas! Pues no sabes lo que se ha perdido Antonio porque, además de oler muy bien, a mí me ha sabido a miel y no te lo digo por cumplir, que las mieles de otros coños también he comido, y la tuya me ha sabido mejor que ninguna cuando me la he tragado”.

“¿De verdad te la has tragado?

“Sí, ¡claro!, son sólo sales y agua. ¿No me digas que tú nunca has tragado la de un hombre?”

“Pues no; Antonio a veces se ha corrido en mi boca, pero nunca me lo he tragado. No sé, si son sólo agua y sales,… ¿quieres que me trague la tuya?”.

“Como quieras, pero en cualquier caso ten cuidado no te atragantes, que yo también voy lleno y cuando explote ¡ni te cuento!”, dije mientras me arrodillaba a la cabecera de la cama, con mi sexo frente a su cara y mis manos acariciando sus pechos.

Sofía sopesó mis huevos con la palma de las manos y sonriendo dijo: “sí que están llenitos, sí”, para luego bajarme la piel y dejar el glande al descubierto; me miró y sin dejar de mirarme, con dos dedos debajo de mi polla y sosteniendo la piel, pasar su lengua por ella, de abajo arriba y de arriba abajo, por uno y otro lado, centrándose luego con la punta de la lengua en la parte inferior de mi glande, recorriendo el borde interior de su circunferencia y pasarla luego por el glande y ¡por fin!, abrió sus labios y se lo introdujo dentro. Sólo el glande.

Sus dedos se movieron masajeando mi polla arriba y abajo, y cada vez que el glande quedaba al descubierto en el interior de su boca, sentía cómo su lengua lo recorría, hasta que poco a poco empezó absorberlo hacia el interior de su boca, con los labios cerrados, y tras el glande todo lo que le cabía de mi polla.

Sus dedos aún seguían en la parte que no estaba en su boca, y la movió para pasarla por sus mejillas, para recorrerlas por dentro, mientras mi mano pasó de acariciar su pecho a acariciar de nuevo su sexo, masturbándole yo también a ella, pues estaba medio reclinada en la cama.

Sus movimientos, lentos en un principio, ganaron en intensidad a medida que mis caricias le excitaban más y más; se volvieron casi frenéticos al introducir un dedo en su coño mojado, y su respiración nasal pareció no dar más de sí cuando le acaricié intensamente el clítoris.

Sofía se estaba corriendo de nuevo, y me miró con sus ojos casi desorbitados, como suplicando que yo me corriese ya dentro de su boca para poder disfrutar de su orgasmo. No pude más; atraje su rostro, me introduje lo más hondo que pude pero sin causarle daño, y exploté en un orgasmo tan brutal como ella lo había hecho.

Fuese porque se estaba corriendo cuando yo me corrí, o porque quiso probarla por vez primera, la única leche que no tragó fueron las últimas gotas que dejé sobre sus labios al salir de su boca.

Tras un par de minutos resoplando los dos como si fuésemos caballos después de una carrera dijo riéndose: “Un poco amarga, pro no está mal. Creo que me he bebido unos cuántos litros”.

Mientras me recuperaba y fui a buscar un par de cervezas, Sofía llamó a Antonio y al entrar de nuevo en la habitación escuché que le decía que ya estaba en casa, que todo había ido muy bien, que había sido una cosa sencilla y rápida, sin dolor, ayudado por mi enfermera, que había sido muy amable, pues le había dicho que me encargaría de llevarlo personalmente a anatomía patológica para poder darle los resultados el jueves, que ya había cenado algo y que ahora se iba a la cama.

Lo único cierto fue lo de amable –tanto como Sofía-, lo de que algo había cenado y que ahora se iba a la cama.

Acabarnos las cervezas y ponerse mi polla morcillona fue todo uno, y como Sofía estaba muy mimosa, pues a besarnos hasta las amígdalas mientras como buen dermatólogo, recorría toda su piel hasta el último poro y ella recorría la mía como buena alumna, llenándonos de besos el cuerpo, de pequeños picotazos, besándole su entrepierna para que el caudal de humedad no disminuyese hasta que por fin me recupere y a la vista del estado de mi polla dije: “¿empezamos contigo arriba y terminamos contigo abajo?”, tumbándome sobre la cama.

Y ahí estaba Sofía: abriéndose de piernas, mostrando su pubis con el triángulo de pelo que acababa en el sexo, con los labios de su coño bien abiertos, su agujerito bien dispuesto y cogiéndome la polla para frotarse con ella, como para comprobar su estado, hasta que la puso en su entrada, apoyó sus manos en la cama y se la fue metiendo dentro, mientras sus pechos bamboleaban cerca de mi cara.

Imposible no acariciar sus pechos, turgentes, besar sus areolas, comer sus pezones, mientras su cuerpo se deslizaba sobre mi polla, de modo acompasado, una y otra vez, sin parar, hacia adelante y hacia atrás, hasta sentirse llena de ella y yo rellenándola, mientras de nuevo el rubor volvía aparecer por el frotar con esmero y sin cansancio.

Se irguió para empezar a saltar sobre ella, y mis manos fueron a sus pechos, abarcándolos por completo, masajeándolos mientras Sofía se movía arriba y abajo y de nuevo jadeos, de nuevo gemidos al sentir como me deslizaba dentro de su sexo.

Estiré suavemente de sus pezones y exclamó: “joder, ¡qué bueno!”, a la par que aceleró sus movimientos. Bajé las palmas de mis manos por su cuerpo, hasta coger su cintura y, cada vez que subía, subirla un poco más y, cuando bajaba, bajarla de golpe, de modo seco, para que me sintiera en lo más hondo de sus entrañas.

Al cabo de un par de minutos, los jadeos se convirtieron en gemidos, en sonidos de “ya falta poco”, anunciándome su orgasmo, de modo que pasé a acariciar su clítoris con mis dedos, mientras su cabalgar se convirtió en algo casi frenético, imposible de parar.

Cerró sus ojos, abrió su boca y estalló en un orgasmo de éstos secos y mudos al principio, que terminan con un largo “me corrrrooooooooooo”.

No había terminado de correrse que, sin salir de su coño, nos giramos y quedé yo encima de Sofía.

Nada más bello que el rostro de una mujer mientras se corre, que ver su sexo totalmente abierto, sus contracciones, los jugos saliendo de su interior, de modo que salí de ella para verla en toda su plenitud de mujer, pasando mi polla entre los labios de su sexo, una y otra vez, para prolongar su orgasmo, mientras mis manos cogieron sus pantorrillas y le abrieron totalmente, para empezar a penetrarla un poco, sólo un poco, por no ser la posición más adecuada para tener profundidad.

Abrió sus ojos y puso cara de súplica, como diciendo: así no, por favor, quiero sentirla toda adentro, de modo que me tumbé, apoyado en mis codos y Sofía levantó sus piernas, rodeando con ellas mi cintura.

Un movimiento seco de cadera, y mi polla entró hasta el fondo, hasta que mis huevos chocaron con sus nalgas; al sentirla tan adentro dijo: “así, sigue así”, y aunque no hacía falta animarme mucho, seguí con golpes duros, secos, alternados con movimientos menos secos, rápidos, como si fueran de taladradora, urgentes, y luego golpes secos.

Su respiración era profunda, intensa, al igual que la mía: “joder Sofía, ya queda poco para que te llene de leche hasta las entrañas”; bajó sus piernas, mientras yo seguía taladrándola y con mis golpes secos, empezó a acariciarse el clítoris como si le fuese la vida en ello mientras decía: “espera un poco, que yo también voy a correrme otra vez”.

Intenté controlarme y aguantar lo máximo posible; respiré profunda y lentamente, pero cada vez que entraba y salía, los dedos de Sofía no sólo masajeaban su clítoris, sino también mi polla, así que al ver que me llegaba exclame: “¡me corro Sofía, que me corro!”, y estallé de tal manera que le llené de leche por dentro.

Entre mis palabras, sus caricias, y que como pude seguí entrando y saliendo poniendo todo mi empeño en ello, al cabo de un par de minutos dijo Sofía: “lo noto, me viene, me está llegando, me corro”; salí de dentro de ella y pude ver cómo sus contracciones expulsaban no sólo su humedad, sino buena parte de la leche que yo había derramado, que caía entre sus muslos y de ellos a las sábanas. ¡Qué espectáculo! Memorable.

Pasados los gemidos, los jadeos y suspiros, recuperado el respirar comenté: “supongo, Sofía que hoy no irás a dormir a tu casa”. “Supones bien; ya iré mañana cuando marches a trabajar; mejor no dormir sola”.

Nos limpiamos de lo que salía y aún quedaba, nos pusimos unas batas y a la cocina, a calentar la comida precocinada que los solteros tenemos y, por descontado, una botella de buen vino para celebrar que en la exploración no había encontrado nada anormal sino que todo había ido de modo muy satisfactorio para ambos.

Siempre sienta bien un poco de vino: entona el cuerpo y hace que lo que ha de subir suba, lo que ha de abrirse se abra, pero hay que tomarlo en su justa medida, pues si no, baja y cierra, de modo que cenando y bebiendo le dije que, por supuesto, los granos que tanto le preocupaban tras mi primera visita, no tenían importancia: eran grasa, como los de los adolescentes, y comunes a casi todos, y que los que a mí me preocupaban ya los había visto, palpado y con sumo gusto degustado.

Estaba claro que como dermatólogo, a Sofía le ofrecía mis servicios para cuidar de su piel, tanto por fuera, como por dentro, de modo que dije: “si te parece bien, podemos continuar con el examen y si lo crees oportuno, completarlo con el examen rectal”.

“Pues me parece bien. Leche nunca hasta ahora había tragado, pero exámenes rectales sí que me han hecho, antes y después de casada, pero nunca por un profesional”. Casi me atraganto.

Seguimos cenando y tomamos un café, pero sin hablar mucho, pues con mi mirada decía: “¡que ganas tengo de entrar en tu culo!” y con la suya respondía Sofía: “¡Y que ganas tengo yo de sentir tu polla dentro!”

Sofía fue a la habitación y yo pasé por la consulta, a recoger crema lubricante y antiséptica, que no es plan de hacer daño a nadie, y al volver, Sofía estaba sentada al borde de la cama y mirando los espejos de las puertas correderas del armario.

“Oye Carlos, ¿sabes que me excitaría mucho ver en el espejo cómo entra y cómo sale de mi culo, que nunca lo he visto?”

“Sin problema Sofía: me sentaré al borde de la cama y podremos vernos, pero anda, túmbate primero, que te doy un masaje a las nalgas, y a tu coño, para que sigas húmeda y así será más fácil, y pongo crema en tu culo, que soy tu dermatólogo y he de cuidar tu piel por fuera y por dentro”

El culo de Sofía es uno de estos culos que dan gusto de ver y tocar: glúteos casi redondos, fibrosos, describiendo una sinuosa curva hasta sus muslos, nada planos ni grandiosos; de los que cuesta un poco de separar, pero que una vez separados revelan el agujero ansiado.

Un buen masaje a sus glúteos, primero el izquierdo, luego el derecho, con ambas manos, y luego ambos a la vez con una mano en cada cual, en círculos y arriba y abajo; mano sobre su sexo para comprobar la humedad, caricias suaves y tiernas para que siguiera bien abierto y “sepárate tú las nalgas, Sofía, que las tienes firmes y apretadas y así podré darte mejor la crema y el masaje en tu culo”.

Sus manos a sus nalgas, bien apretaditas, bien separaditas y en el centro, su esfínter, tan cerrado como antes estaban sus nalgas, así que crema y a cerrarse un poco más, que estaba un poco fría, hasta empezar a pasar un dedo por su alrededor, a cosa de un centímetro, para ir describiendo pequeños círculos, cada vez más próximos, suaves, sin prisas, hasta llegar al borde de su exterior.

Leve presión con el dedo para abrirlo un poco, un poco más de crema cerca del dedo pero no en directo, dedo que sale y desliza la crema con la yema hasta el centro ya un poco abierto, y presión para que entre. Masajito del esfínter en la zona interior, pero sólo adentrándome unos milímetros, para dilatarlo más aún y a repetir la operación de crema, para introducirla, ahora ya sí, hasta el nudillo y girarlo dentro para que se expanda. Bien abierto… más crema, y dedo a entrar y salir para presionar la crema hacia lo más hondo y de paso hacer que suspirase.

Crema ahora sobre mi polla, de arriba abajo y de abajo arriba, bien embadurnada, como si fuera el aceite que se daba un gladiador y “creo que ya estamos los dos listos Sofía”, mientras me sentaba un poco atrás del borde de la cama.

Sofía delante de mí, dándome la espalda, viéndome sonreír por el espejo y sonriendo ella también; mis manos sobre sus caderas, atrayéndola hacia mí e invitándole a ser penetrada, sus piernas abiertas de par en par; se echa hacia atrás, le sostengo por las caderas, apoya sus piernas en el borde de la cama, coge mi polla, apunta al epicentro de su culo mirándonos en el espejo y empieza a deslizarse.

“Ohhhhhhh” dijo mientras su cuerpo se relajaba y se deslizaba por ella; no sé si por el relax, por un leve dolor, por el placer o porque le excitaba ver cómo lentamente se introducía hasta lo más hondo de ella, encerrándola con su esfínter como si fueran las esposas de un policía para retenerla y no dejarla salir.

La imagen en el espejo era realmente bella: Sofía abierta de piernas, sonriendo, satisfecha no sólo de lo que estábamos haciendo, sino de poder verlo, con sus pezones erectos, su sexo abierto y, más debajo de su sexo, mi polla en su culo y casi hasta los huevos, mientras yo acariciaba su espalda, recorriendo cada vértebra.

Se movió a su gusto: primero de modo suave, como deslizándose, mientras se apoyaba en las palmas de mis manos; luego más rápido, de modo que mientras ella subía y bajaba, veía cómo mis manos acariciaban sus pechos, como jugaban con sus pezones.

Se apoyó en mis muslos, y entonces mis manos recorrieron su vientre, hasta llegar a su sexo húmedo y abierto.

Su excitación iba en aumento; veía cómo mis manos acariciaban su sexo, cómo mi polla salía y entraba en su culo y decía “así, así, así…”, como haciendo fuerza, entrando y saliendo cada vez con más fuerza, resoplando como para recorrer los 100 últimos metros de una maratón.

Masajeé con dos dedos su sexo primero y, al notar que estaba a punto de explotar, su clítoris, de modo intenso.

“¡Ahhhgggg!, ¡ahhhgggg!, ahhhgggg!” repitió durante más de medio minuto en lo que nos pareció un orgasmo interminable, hasta que me tumbé sobre la cama y ella encima de mí, saliendo mi polla de su culo ahora ya bien abierto.

Cuando dejó de gemir, jadeando y con la respiración entrecortada, se puso a cuatro patas en la cama, separó lo más que pudo sus nalgas, giró un poco su cara y dijo: “vuelve a entrar y córrete tú también”.

¡Qué espectáculo!, ver cómo Sofía se ofrecía, sin pudor, sin recato, rendida al placer, sus piernas separadas, igual que sus nalgas, su sexo chorreando, su culo abierto y dilatado, sus pechos bamboleando y sus palabras invitándome.

Apunté mi polla a su estrecho agujero abierto, me aferré a sus caderas y le atraje hacia mí con un golpe seco, entrando hasta lo más dentro que pude.

Inclinó su cuerpo y apoyó sus manos en la cama, sus pechos bamboleando, mis manos en sus caderas, sosteniéndola ahora ya, sin atraerla, moviéndome yo, primero un movimiento seco, luego rápidos movimientos menos profundos, otro movimiento seco mientras decía: “así, así, así… ¡qué bueno!”.

Como me había descargado dos veces, aguantaba aún muy bien, de modo que pasados 3 o 4 minutos, Sofía apoyó su cara sobre la cama y dirigió una mano a su sexo.

Se lo acarició de modo intenso, como quien necesita de nuevo un orgasmo con urgencia, hasta escucharle decir que “voy a volver a correrme, tú sigue, tú sigue sin parar aunque me corra”.

Un par de minutos más y su cuerpo convulsionó con un grito de “ohhhhhhhhh”, largo, muy largo e intenso, acrecentado aún más por los movimientos que aceleré todo lo que pude, para prolongar aún más su orgasmo.

Empecé a notar que me iba a correr, ese cosquilleo que empieza en la punta del glande, que se extiende por toda la polla hasta llegar a su nacimiento, como queriendo contraerse, de modo que me puse un poco de puntillas, la atraje con todas mis fuerzas de sus caderas hacia mí, con golpes secos, fuertes, uno, dos, tres, cuatro… y en lo más hondo de ella derrame la poca leche que me quedaba, en uno de estos orgasmos casi secos, en los que todo el placer se concentra en el glande, que te obligan a permanecer inmóvil hasta derramar la última gota.

Como es de suponer, los resultados de la biopsia hacen necesario un largo y prolongado tratamiento, que no sólo doy a Sofía cuando Antonio está de viaje, sino a primera hora de la tarde, cuando él aún trabaja, puntual y regularmente los miércoles y jueves, en que desde hace años no paso consulta –eso no se anuncia nunca, pues hay que dar imagen de estar disponible las 24 horas-; cosa de unas 3 o 4 horas por sesión.

Y cuando mejore… aparecerá otra cosa nueva –que el cuerpo es como es- y requerirá de más cremas y más tratamientos, aunque, cara a Antonio, ya no de revisiones periódicas.

Desde entonces, la piel de Sofía ha mejorado mucho: si antes era bella, ahora está tersa, firme, deslumbrante, tanto por fuera…. ¡como por dentro!

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